‘Doscientos Marichalares’ se apuntan gratis a la función del Circo Price
Paloma Barrientos. El Confidencial.
Desde que el alcalde Ruiz-Gallardón -inaugureitor para los trabajadores del Ayuntamiento- abrió las puertas del Circo Price en la Ronda de Atocha de Madrid, el recinto se ha convertido en uno de los lugares preferidos por los padres para llevar a sus niños, sobre todo de aquellos adultos que siendo tiernos infantes disfrutaron del anterior Price de la Plaza del Rey. El edificio fue demolido en 1970 por intereses urbanísticos. Fue un lugar que sirvió para el despegue de músicos como Víctor Manuel, Miguel Ríos o Rocío Durcal, que cantaban en las matines del que fuera circo estable de Madrid.
Tony Leblanc, por ejemplo, se ganó sus primeras pesetas vendiendo helados y caramelos por las gradas, chucherías que compraban las nanis y fräulein para los niños caprichosos de aquellas familias burguesas a los que cuidaban. Los nietisimos, Carmen, Mariola y Francis Martínez-Bordiú, acudían habitualmente a las sesiones de tarde con Miss Hibbs, la institutriz inglesa que corrigió la prepotencia de la hoy señora de Campos y de su hermano Francis. Mariola, en cambio, fue siempre discreta, sensata y poco dada a exigir prebendas que sólo ellos y sus amiguitos disfrutaban por ser España en aquellos años ‘la finca del abuelo’, como en una ocasión lo definió el nieto mayor. Pero de aquello ha pasado mucho tiempo.
Ahora, el Circo Price, levantado frente al Museo Reina Sofía, en una antigua fábrica de galletas, es un centro de esparcimiento y ocio al que acude toda la gente que le gusta y deslumbra el “más difícil todavía”. A través de Charivari, el espectáculo en el que intervienen más de setenta artistas (trapecistas, funambulistas, payasos, bailarines, magos…) se puede disfrutar de la verdadera magia del puro circo. Y si hace un mes la Reina Sofía, abuela ejerciente, se llevó a Froilán, Victoria y Leonor a la función de las ‘Princesas Disney’, en esta ocasión la Infanta Elena fue la encargada de organizar la actividad familiar del domingo 25 de marzo inducida por Ana Pérez, una amiga de la época del colegio que tiene relación con una persona que trabaja en el circo.
La misma mañana se avisó de la asistencia a la sesión de las cinco de la tarde de la primogénita de los reyes, su marido, sus hijos y “doscientos marichalares”, entre sobrinos, cuñadas y hasta la mismísima condesa viuda de Ripalda. En total, veintitrés entradas a razón de treinta euros, que ese día no se contabilizaron en taquilla porque la tarde fue ‘gratis total’ incluidas las palomitas (3 euros) y los refrescos (1,95 euros) tamaño grande. Ante el estupor de unos y los nervios de otros, que en tan poco tiempo tuvieron que solucionar el lío que había organizado alguien al no anunciar la vista real por los cauces tradicionales, como era la propia dirección del circo, hubo que reservar tres palcos de pista en muy poco tiempo. Menos mal que alrededor de los aficionados siempre hay profesionales y la tarde de diversión fue todo un éxito.
Cuando acabo el espectáculo, el grupo al completo, salvo Álvaro Marichalar que se marchó antes del primer descanso, se fueron a la parte trasera del edificio para saludar a los artistas y ver a los animales. La más ilusionada fue la niña Victoria Federica. Sorprendió verla con guantes blancos de algodón como los que llevan las doncellas para servir la mesa. La razón no es otra que una forma de evitar que se coma las uñas y los padastros de los dedos.
Mientras la Infanta Elena se retrató con todos y les felicitó por el excelente trabajo en la pista, el duque de Lugo parecía ausente. Al menos esa fue la sensación que percibieron algunos de los presentes. Vestido con la misma camisa de flores verdes de hace un par de temporadas, que en su día combinó en Biarritz con un traje de baño encarnado, el marido de la Infanta estuvo más pendiente del móvil que de sus familiares. Por cierto las cuñadas, sobrinas y suegra se despidieron de la Infanta con un par de besos precedidos de la reverencia real. Muchos de los presentes se preguntaron por qué no estuvo la Princesa Letizia y la Infantita Leonor. Seguramente se lo habría pasado de maravilla. Y donde caben veintidós Marichalares cabe también una Borbón Ortiz.
Paloma Barrientos. El Confidencial.
Desde que el alcalde Ruiz-Gallardón -inaugureitor para los trabajadores del Ayuntamiento- abrió las puertas del Circo Price en la Ronda de Atocha de Madrid, el recinto se ha convertido en uno de los lugares preferidos por los padres para llevar a sus niños, sobre todo de aquellos adultos que siendo tiernos infantes disfrutaron del anterior Price de la Plaza del Rey. El edificio fue demolido en 1970 por intereses urbanísticos. Fue un lugar que sirvió para el despegue de músicos como Víctor Manuel, Miguel Ríos o Rocío Durcal, que cantaban en las matines del que fuera circo estable de Madrid.
Tony Leblanc, por ejemplo, se ganó sus primeras pesetas vendiendo helados y caramelos por las gradas, chucherías que compraban las nanis y fräulein para los niños caprichosos de aquellas familias burguesas a los que cuidaban. Los nietisimos, Carmen, Mariola y Francis Martínez-Bordiú, acudían habitualmente a las sesiones de tarde con Miss Hibbs, la institutriz inglesa que corrigió la prepotencia de la hoy señora de Campos y de su hermano Francis. Mariola, en cambio, fue siempre discreta, sensata y poco dada a exigir prebendas que sólo ellos y sus amiguitos disfrutaban por ser España en aquellos años ‘la finca del abuelo’, como en una ocasión lo definió el nieto mayor. Pero de aquello ha pasado mucho tiempo.
Ahora, el Circo Price, levantado frente al Museo Reina Sofía, en una antigua fábrica de galletas, es un centro de esparcimiento y ocio al que acude toda la gente que le gusta y deslumbra el “más difícil todavía”. A través de Charivari, el espectáculo en el que intervienen más de setenta artistas (trapecistas, funambulistas, payasos, bailarines, magos…) se puede disfrutar de la verdadera magia del puro circo. Y si hace un mes la Reina Sofía, abuela ejerciente, se llevó a Froilán, Victoria y Leonor a la función de las ‘Princesas Disney’, en esta ocasión la Infanta Elena fue la encargada de organizar la actividad familiar del domingo 25 de marzo inducida por Ana Pérez, una amiga de la época del colegio que tiene relación con una persona que trabaja en el circo.
La misma mañana se avisó de la asistencia a la sesión de las cinco de la tarde de la primogénita de los reyes, su marido, sus hijos y “doscientos marichalares”, entre sobrinos, cuñadas y hasta la mismísima condesa viuda de Ripalda. En total, veintitrés entradas a razón de treinta euros, que ese día no se contabilizaron en taquilla porque la tarde fue ‘gratis total’ incluidas las palomitas (3 euros) y los refrescos (1,95 euros) tamaño grande. Ante el estupor de unos y los nervios de otros, que en tan poco tiempo tuvieron que solucionar el lío que había organizado alguien al no anunciar la vista real por los cauces tradicionales, como era la propia dirección del circo, hubo que reservar tres palcos de pista en muy poco tiempo. Menos mal que alrededor de los aficionados siempre hay profesionales y la tarde de diversión fue todo un éxito.
Cuando acabo el espectáculo, el grupo al completo, salvo Álvaro Marichalar que se marchó antes del primer descanso, se fueron a la parte trasera del edificio para saludar a los artistas y ver a los animales. La más ilusionada fue la niña Victoria Federica. Sorprendió verla con guantes blancos de algodón como los que llevan las doncellas para servir la mesa. La razón no es otra que una forma de evitar que se coma las uñas y los padastros de los dedos.
Mientras la Infanta Elena se retrató con todos y les felicitó por el excelente trabajo en la pista, el duque de Lugo parecía ausente. Al menos esa fue la sensación que percibieron algunos de los presentes. Vestido con la misma camisa de flores verdes de hace un par de temporadas, que en su día combinó en Biarritz con un traje de baño encarnado, el marido de la Infanta estuvo más pendiente del móvil que de sus familiares. Por cierto las cuñadas, sobrinas y suegra se despidieron de la Infanta con un par de besos precedidos de la reverencia real. Muchos de los presentes se preguntaron por qué no estuvo la Princesa Letizia y la Infantita Leonor. Seguramente se lo habría pasado de maravilla. Y donde caben veintidós Marichalares cabe también una Borbón Ortiz.
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